La hepatitis es una enfermedad que provoca una inflamación del hígado, un órgano vital que se encarga, entre otras funciones, de filtrar la sangre, producir bilis, procesar nutrientes, descomponer sustancias químicas, controlar el nivel de hormonas, etc.
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La hepatitis puede estar provocada:
A, B, C, D y E son las letras que clasifican los distintos tipos de hepatitis; todas provocan enfermedad hepática, pero tienen diferencias significativas.
Es una de las dos que se transmite por el consumo de agua o alimentos contaminados (aunque también puede propagarse por ciertas prácticas sexuales). Este tipo de virus suele provocar una infección leve, con una recuperación completa al cabo de unas semanas. La mayoría de las personas infectadas pueden sufrir una amplia gama de síntomas (entre dos y siete semanas después de haberse infectado): fiebre, pérdida de apetito, calambres en el estómago, ictericia (coloración amarillenta de la piel y los ojos); orina oscura y fatiga.
En todo el mundo hay casi 260 millones de personas con infección crónica por el virus de la hepatitis B, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Se transmite sobre todo cuando la sangre, el semen u otros líquidos corporales de una persona infectada, incluso en cantidades microscópicas, entra en el cuerpo de una persona no infectada.
Se transmite casi siempre por la exposición a sangre contaminada, que suele producirse por transfusiones de sangre o al compartir jeringuillas, o hacerse piercings o tatuajes con instrumentos contaminados. Aunque la transmisión sexual también es posible, esta posibilidad es más excepcional. A diferencia del resto de los virus, el de la hepatitis C no tiene vacuna.
Esta enfermedad afecta sólo a personas infectadas ya por la hepatitis B, ya que el virus de tipo D necesita el B para sobrevivir. La simultaneidad de ambos virus hace que pueda aparecer una afección más grave.
Se transmite sobre todo por vía sanguínea, a través de jeringuillas usadas por personas infectadas (tatuajes, consumo de drogas, etc.) o por compartir objetos de higiene personal como cepillos de dientes, máquinas de afeitar o en transfusiones sanguíneas, por contacto sexual sin protección y de madre a hijo. Este tipo de hepatitis puede hacer empeorar una infección por hepatitis B y hacer más graves los síntomas.
Se transmite, igual que la hepatitis A, a través del consumo de agua o alimentos contaminados (hielo, frutas y verduras crudas sin lavar…). A diferencia de la A, no cuenta con una vacuna. Su prevención pasa por extremar las medidas higiénicas y evitar el consumo de bebidas y alimentos contaminados. Tampoco causa enfermedad crónica.
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Según la Organización Panamericana de la Salud, la hepatitis B y la hepatitis A se pueden prevenir con vacunas seguras y eficaces disponibles actualmente. También está disponible una vacuna combinada que proporciona protección contra estas dos enfermedades.
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