La COVID-19 es una enfermedad infecciosa causada por el SARS- Cov-2 que puede afectar muchos órganos, pero principalmente a los pulmones, afectando a millones de personas.
Por otro lado, el cigarro es un gran enemigo de la salud pública porque propicia la aparición de enfermedades cardiovasculares, males pulmonares, debilita al sistema inmune y puede generar por lo menos catorce tipos de cáncer en diversos órganos del cuerpo.
Según una investigación publicada en la revista International Journal of Clinical Practice, fumar aumenta el riesgo de padecer COVID-19 severo en 71 % comparado con una persona no fumadora que enfrentará este mal.
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El doctor Manuel Villarán, especialista en salud pública e investigador Auna Ideas- Oncosalud, indica que fumar deteriora la función pulmonar y las defensas naturales de los pulmones, lo que dificulta que el cuerpo luche contra el SARS-CoV-2 y otras enfermedades.
También refiere que existen varias publicaciones científicas que demuestran que una proporción importante de pacientes COVID-19 hicieron enfermedad severa o muy severa (ingresaron a unidades de cuidados intensivos o fallecieron) eran fumadores o lo fueron en el pasado.
“Se ha establecido que el receptor principal que permite el ingreso de la COVID-19 a las células es el ACE2 (abundante en el tejido respiratorio). La información que se tiene es que aquellas personas que alguna vez fumaron o que son fumadores tienen una expresión más alta de ACE2 comparado con personas que nunca fumaron”, refiere el investigador.
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Siguiendo esa misma línea, un grupo de expertos en salud pública reunidos por la OMS el 29 de abril del año pasado estableció que los fumadores tienen más probabilidades de desarrollar síntomas graves en caso de padecer la COVID-19, en comparación con los no fumadores. Fumar tabaco es un factor de riesgo conocido en muchas infecciones respiratorias que aumenta la gravedad en este tipo de enfermedades.
El ingreso del virus al organismo causa la llamada “tormenta de citoquinas”, que es el ataque de las células inmunes a los pulmones, la coagulación de la sangre y el fallo de diferentes órganos del cuerpo.
“El mal hábito de fumar puede condicionar la producción excesiva de sustancias proinflamatorias pudiendo desencadenar el desarrollo de una enfermedad severa”, indica Villarán.
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Las personas que usan el cigarrillo electrónico están en mayor riesgo de hacer el síndrome de distrés respiratorio agudo (ARDS – siglas en inglés), cuadro que se presenta durante la infección de la COVID-19.
El investigador de Auna Ideas- Oncosalud reitera que, “vapear” productos que contienen nicotina muy probablemente tiene un impacto importante sobre los receptores usados por el SARS-CoV-2 para ingresar a nuestras células.
Finalmente, el doctor Villarán recomienda dejar de fumar porque ayudará a que los pulmones y el corazón funcionen mejor desde el momento en que se deje de hacer. A los 20 minutos de dejar de fumar, la frecuencia cardíaca y la presión arterial se elevan.
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Después de 12 horas, el nivel de monóxido de carbono en el torrente sanguíneo se normaliza. De 2 a 12 semanas, mejora la circulación y aumenta la función pulmonar. Después de 1 a 9 meses, la tos y la dificultad para respirar disminuyen.
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