Santa Rosa de Lima nació el 30 de abril de 1586 siendo su padre don Gaspar Flores, un español y doña María de Oliva y Herrera, natural de Huánuco. Fue la cuarta hija de los trece hijos nacidos del matrimonio Flores de Oliva. En ese mismo año fue bautizada con el nombre Isabel Flores de Oliva en la Iglesia de San Sebastián. Su infancia transcurre en Quives, un pueblito de Canta, a más de 60 kilómetros de Lima.
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Cuentan sus biógrafos que a Rosa le vino un reuma tal que no le dejaba moverse. La madre le aplicó a las piernas unas pieles para darle calor y se las ató con unas vendas, pero el remedio fue peor que el mal y se llenó de llagas.
Rosa sobrellevó en silencio y sin quejarse del dolor hasta que doña María se dio cuenta. En 1597, Rosa recibió el sacramento de la Confirmación a manos del entonces arzobispo de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo.
Un día, la pequeña Rosa ensució su cabellera rubia y hermosa y se puso a llorar por ello. Entonces uno de sus hermanos, entre broma y serio le dijo: “Si supieras que por tu cabellera muchas mujeres están en el infierno, no llorarías por su causa”. Rosa no cuidó más sus cabellos y se los cortó.
En el huerto de su casa, hoy convertido en santuario, hay una inscripción donde se lee que Rosa tenía el rostro ovalado, sereno y apacible, frente despejada, ojos grandes y negros, mejillas rosadas, pelo rubio y abundante, manos blancas bien torneadas y de regular estatura.
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Por ello la llamaban Rosa, al principio no le gustaba, pero fue a los 25 años que aceptó el sobrenombre y quiso que la llamaran “Rosa de Santa María”. Rosa si bien creció en una familia laica no fue una religiosa. En más de una oportunidad rechazó la oferta de ingresar a algún monasterio.
Un día, al pasar por la iglesia de Santo Domingo, entró y se arrodilló ante la Virgen del Rosario pidiéndole su bendición, pero luego no podía levantarse ni con ayuda de su hermano que la acompañaba.
Sin embargo, al mirar a la Virgen pudo ponerse de pie y volver a casa. Ese sería el motivo del por qué le atrajo la tercera orden de Santo Domingo. El 10 de agosto de 1606 recibió el hábito blanco de las terciarias y el 30 de agosto de 1607 se ordenó religiosa.
El Domingo de Ramos de 1615, Rosa participó de la liturgia de la Palabra; sin embargo, no pudo recibir la palma de olivo. Muy angustiada fue a la Capilla del Rosario del Convento de Santo Domingo para desahogarse con la Virgen.
Según sus biógrafos, Jesús le habló y le dijo: “Rosa de mi corazón, sé tú mi esposa”. Rosa sólo atinó a exclamar: “He aquí la esclava del Señor”. Este hecho fue conocido como desposorios misteriosos.
Rosa fue tentada en varias oportunidades por el demonio. Ante esas situaciones ella suplicaba a Dios. “Aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya” y más tarde cuando se le preguntó lo sucedido, ella exclamó: “con lanza de acero me hirió y se escondió”.
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Este encuentro habría deteriorado la salud de Rosa y los doctores no la pudieron ayudar. En 1616 Rosa cae gravemente enferma y el 24 de agosto pronunciando las palabras “Jesús, Jesús sea conmigo” fallece a los 31 años de edad.
El 25 de agosto de 1617 fue traslado su cadáver hasta la Iglesia de Santo Domingo y fue tal la multitud que acudió a venerarla que durante 3 días se hizo imposible el entierro.
En 1668, el papa Clemente IX procede a la Beatificación de Rosa de Lima. El 2 de enero es proclamada patrona del Perú y en especial de la ciudad de Lima. En 1670, el Papa Clemente X, el 11 de agosto, la declara oficialmente Patrona de toda América, Filipinas e Indias y finalmente el 12 de abril de 1671 la canonizó Santa.
Rosa era una joven obediente y sabia comprender a su madre, doña María, quien tenía un carácter fuerte y no siempre lograba controlarse. A veces la maltrataba de obra y de palabra.
Gracias a su madre, Rosa aprendió a leer y a escribir. Su hablar era vivaz y con frecuencia le gustaba componer rimas. La música y el canto fueron también fueron sus pasatiempos. Disfrutaba de la naturaleza y de los animales.
Rosa fue una mujer trabajadora. Era costurera, un trabajo independiente y aceptado por la sociedad de entonces para una mujer, y con él supo sostener a su familia.
A los mendigos que tocaban su puerta, los recibía con bondad. Les daba de comer, los aseaba, limpiaba sus vestidos y los acogía en su habitación sin importar si eran libres o esclavos. Por su caridad fue llamada “Madre de los pobres”.
Periodista especializado en temas policiales y políticos. Graduado de la Universinad Nacional Federico Villarreal. Redactor y coordinador en El Popular. Interesado en temas policiales, política y actualidad.