Wilmer Ricardi (46), ya retirado de los campos, revisa 14 años después el álbum de los recuerdos que vivió con Kukín Flores y la vez que cuadraron en Sport Boys al entrenador argentino Jorge Sampaoli, quien —dice— no solo les hacía entrenar en uno y en dos turnos, sino hasta tres veces por día sin considerar que, en esa Misilera, había jugadores que no desayunaban.
“Estoy jugando por la Rosada en el torneo Leyenda del Gol Perú y apoyando por fuera al Cantolao (jugó ahí desde pequeño), llevando chicos con talento. También juego y entreno en el Árabe palestino”, dice de inicio el Chato Ricardi.
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—¿Te preocupa la situación actual del Cantolao y de Boys, que está en los últimos lugares?
—Uno más que otro. Cantolao, con su nuevo comando técnico, se ha recuperado en las últimas fechas, pero al Sport Boys le agobia un tema diferente: dinero y pago, porque llega una administración para reestructurar, pero deja más deudas.
—Tocando tu trayectoria deportiva, ¿pocos saben que tuviste la ocasión de jugar en Argentina?
—A los 16 años estuve en Newell ‘s, pero, por mi inmadurez, regresé pronto. Son cosas que uno se arrepiente; por eso, a los chicos les cuento que no comentan el mismo error.Si salen, que no regresen.
—Otra experiencia internacional fue actuar en el Minervén de Venezuela, ¿no?
—Jugué sin contratiempos en una época en la que el fútbol venezolano era incipiente y no tan popular, como el béisbol y básquetbol. Eso sí, había una buena situación económica de bonanza y podías ir a comprar a una bodega sin contratiempos.
—En Boys, fuiste dirigido por Jorge Sampaoli. ¿Qué tal fue la experiencia?
—El profesor se pasaba con los trabajos. Sampaoli llega como reemplazo de Ramón Mifflin y, a pesar de que aún no iba a asumir, viajó con la delegación a Sullana para el partido con Alianza Atlético, a quien vencimos 2-1 con 36 grados de temperatura. Pero lo bravo vino después...
—¿Qué pasó?
—Antes de retornar a Lima, Sampaoli nos hizo entrenar en Sullana con semejante calor. Bueno, todos pensábamos que al día siguiente, al llegar a Lima, nos iba a dar descano, pero no fue así. Ni bien llegamos, nos llevó a entrenar al Miguel Grau del Callao.
—¿Es verdad que, en una ocasión, tú y algunos compañeros más cuadraron a Sampaoli? ¿Cómo fue eso?
—Es que él no conocía cómo se manejaba el fútbol peruano y la exigencia que nos ponía no iba a la par de la dirigencia, que no nos pagaban. Había muchachos que llegaban sin desayunar a los entrenamientos y pudo ocurrir una desgracia. Nuestra posición fue que, si él nos iba exigir a triple horario, también le exija a los dirigentes que nos paguen.
—¿Ya no te has vuelto a encontrar con él?
—Una vez me lo encontré en un homenaje en el Callao, pero después no. No tuve afinidad con el profesor Sampaoli. Ni siquiera tengo su número.
—El fútbol te dio amigos, pero Kukín era tu hermano, ¿no?
—Sí, era mi hermano. Con él compartimos camerino desde los 8 años en Sport Boys, Cantolao y la selección. En mi casa, mi madre lo quería como a un hijo más. Sucede que hay mucha gente que lo conocía en forma superficial y no por todo lo bueno que tenía por dentro. Kukín siempre paraba riendo. Era raro verlo triste.
—¿Le faltó mayor apoyo en su entorno?
—Quizás no tuvo la persona que lo guíe, porque fuera del fútbol era diferente y tenía una gran calidad de persona.
—Cuentanos un anécdota con Kukín...
—A ver, Sport Boys fue a Estados Unidos a jugar con los Inkas de New York y todos estábamos felices. Un día antes del partido, nos dio la posibilidad de salir a visitar a la familia y a las 6:00 debíamos regresar. Estábamos en New Jersey y Carlos quería ir a New York, al Bronx. Entonces, un amigo de infancia se ofreció a llevarlo hasta Manhattan. Y se fueron, pero pasaban las horas y todos preocupados de que Kukín no llegaba. Recién llegó a la 1 de la mañana con regalos.
—¿Y cómo les fue en el partido?
—Ganamos 3-0 con una soberbia actuación de mi hermano Kukín.
—Volviendo a tu carrera, ¿tú has sido un todoterreno?
—Tuve la suerte de jugar en Primera, campeonar en Segunda con Coopsol y Copa Perú con Juan Aurich.
—La Copa Perú en provincias se vive diferente, ¿no?
—Sí. Una vez, me tocó jugar en Motupe y ganamos en el último minuto. El partido terminó a las 5:15 de la tarde y no pudimos salir del estadio hasta las 9:00 de la noche. Tuvimos que trepar un muro, caímos en una chacra y a correr... Llegamos a la casa del dueño de la chacra para ir a la comisaría y la gente atrás correteando..
—¿Tanto así?
—Había partidos en que los rivales se enfrentaban con agujas. Fueron tres años inolvidables.
Periodista de Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Vivo con el deporte y me gusta la música.