¡Nada lo limitó en sus sueños! La historia del italiano Pedro D'Onofrio Di Restra, se remonta desde hace más de 100 años y todo comenzó cuando este llegó a nuestro país 1897, con una maleta llena de sueños por conseguir, tras haber estado un tiempo en Estados Unidos y Argentina junto a su familia. Aquí te contamos cómo su apellido llegó a hacer una de las marcas más reconocidas y exitosas del Perú.
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Este ciudadano extranjero que nación en 1859, en la ciudad italiana de Caserta, tenía una visión de negocio clara, de la cual no se equivocó porque en el Perú, era algo totalmente desconocido. Él inició con la preparación de los helados y se hizo conocido porque los llevaba en una carretilla, haciendo sonar su fiel corneta.
Pedro D'Onofrio Di Restra, el italiano que revolucionó la industria del helado en el Perú.
Fue en el año de 1908 que tuvo la gran idea de diseñar su propio transporte de trabajo que tránsito por las calles de Pachacamilla, calle Granos y por último en la esquina de Sandia y Tupuani, en Chacarilla, donde se había mudado. En este último lugar estuvo hasta 1914 y luego se fue hasta su local de la avenida Grau.
En 1897 salió con una pequeña carreta de madera a repartir sus helados, haciéndose conocido por ello y rápidamente ganando fama entre los ciudadanos. Además, desde ese momento la corneta se volvió el sello de la que sería una gran compañía y acompañaría a los característicos helados de crema que en esos años tomó el nombre de “imperial”.
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Un ingeniero norteamericano le dijo a Don Pedro, que se compre una planta para que fabrique su propio hielo artificial, ya que gastaba mucho dinero porque lo tenía que traer la nieve de los Andes para poder preparar los helados. Desde ese entonces su negoció creció, pero su primer inconveniente fue que solo podían ser vendidos cinco meses al año, ya que era la temporada de sol en Lima.
Incursionó en el mundo de las golosinas y la fábrica instalada en el jirón Cotabambas, con equipos que trajo directamente de Europa, empezó producir chocolates de muy buena calidad, galletas, entro otros. Exactamente, en el 1926, apareció Sublime, envuelto en su papel de manteca.
A los 78 años de edad, se apagaron sus ojos, pero sus ideas aún se mantienen intactas y su Antonio, tomó la batuta del negocio. Además, se propuso ampliarlo y modernizarlo. La empresa creció, cambiaron de local, al exfundo Aramburú, frente la avenida Venezuela. Ya en el 1970, falleció, pero su familia continúo trabajando con dedicación y siete años después fue adquirido por la transnacional suiza Nestlé.
Periodista de actualidad, especializada en policiales y temas políticos. Graduada de la Universidad César Vallejo. Redactora web senior en El Popular. Interesada en temas relacionados a policiales, sociales, cine, baile, música, turismo, gastronomía y doblajes.