Mujeres presas se liberan a través de la lectura en el Penal de Chorrillos [VIDEO Y FOTOS]
El INPE abrió las puertas a El Popular para visitar la biblioteca del penal de Chorrillos, en donde varias internas leen novelas y escriben poemas para sentirse libres
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FOTOS: Carlos Contreras
Por Alex Valenzuela
El día en que Milagritos llegó al penal Santa Mónica de Chorrillos, una de las primeras cosas que hizo fue escribir. Mientras miraba con miedo a las otras mujeres y a los muros del área de Prevención, cogió el lapicero, un papel cualquiera y trazó la palabra libertad.
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En sus primeras horas de prisión, Milagritos Carrasco, de 24 años, se acordó de los años en que le gustaba subir a los buses para rapear con sus amigos, de la época en que le gustaba leer y cantar. Pero la calle, las malas juntas y el delito habían borrado esas virtudes. El primer día de encierro la golpeó y del dolor nació una canción.
“Las primeras letras la empecé a componer cuando estaba en la prevención. Quería irme a mi casa. No pensé que iba a caer por requisitoria. Cuando entré a pabellones, pasaba el día a día, era muy distanciada con mi madre pero luego pude limar asperezas con mi familia y valorar muchas cosas porque en la calle estaba llevando una vida que no era. Tuve muchas adicciones, me dediqué mucho a robar, a hacer muchas cosas malas”, confiesa Milagritos que lleva 6 meses en prisión.
“¡Libertad¡” se llama la primera canción que Manbrilla, como la conocen sus compañeras del penal, escribió entre pena y rima.
“Perdí mi libertad por el dinero. Pero eso pasó porque yo era madre y padre en ese tiempo, ahora lo único que quiero es salir de este encierro, hacer las cosas bien y escuchar mami te quiero, mi niño que me espera y me necesita, por él estoy parada frente a la lucha…”
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Cada vez que Manbrilla escribe y rapea en un rincón del penal, se aferra a un sentimiento. Se desahoga. Se libera. “Me quiero ir a mi casa. Tengo un hijo de 4 años que me espera y cuando viene me dice: mami, ¿ya nos vamos?. Cómo decirle que no puedo ir con él en la cola. Una vez, mi hijito le dijo a la técnica: yo me voy a llevar a mi mamá”. Manbrilla resiste cuando cuenta esta anécdota.
Resiste cuando canta y cuando lee. “Me gusta rimar mucho. Empecé leyendo porque me gusta leer. Por eso voy al taller de lectura. Cuando pasa algo malo en mi casa, escribo y suelto todo lo que siento. Siempre me gustó escribir fantasías y leer novelas como la saga Crepúsculo”, dice Manbrilla que en estos días de encierro, canta todo lo que ve en la prisión. Es el pájaro cantor de Santa Mónica.
LA BIBLIOTECARIA DE SANTA MÓNICA
En el penal de mujeres de Chorrillos, Evelyn es una de las encargadas del servicio de la biblioteca Manuel Scorza, la pequeña sala de lectura del penal, en donde las internas pueden coger cualquier libro de los 4,674 ejemplares que hay, entre novelas, libros de autoayuda, derecho, textos de primaria y secundaria.
Si en el encierro leer es liberarse; en prisión leer es también acabar una meta.
Para Evelyn, leer entre las rejas ha significado acabar su carrera de Derecho. Aunque prefiere no dar su apellido ni revelar los motivos por los cuales está en Santa Mónica, cuenta que allí retomó su carrera y estudió a larga distancia, a través de un convenio que había entre el penal y una universidad.
Toda la carrera la hizo en 5 años de prisión. Fueron años duros, sin duda, pero en los cuales ella leyó más que cuando estaba en libertad. “La vida afuera es tan complicada que agarras un libro y te puedes demorar 15 día y no lo terminas de leer. En cambio, aquí he llegado a leer un libro diario”, dice Evelyn que cual bibliotecaria ejemplar ha contabilizado todos los títulos de libros que hay en la sala de lectura.
La primera vez que entró a la biblioteca del penal, ella vio unos pocos libros en cajas porque no había espacios ni anaqueles para colocarlos. Era una sala muy pequeña.
“Fui para tratar de encontrar un libro con el cual distraerme. El primer libro que leí aquí fue Quién se llevó mi queso. Luego empecé a ir con frecuencia. Luego, cuando la chica que estaba encarga del servicio, una extranjera recuperó su libertad, la directora del Cepro me pidió que la apoyara. Así tratamos de implementar la biblioteca y sacamos libros totalmente antiguos para que las chicas lo vean aunque sea por curiosidad”.
¿Qué significa para ti, leer en la prisión?
Es transportarme a un mundo totalmente diferente, alejarme de los propios problemas que uno tiene, viajas a otro mundo.
¿Y qué sientes cuando lees?
Me divierte, me distrae, me mantiene la mente ocupada. Hay personas que podemos estar haciendo algo manual pero nuestra mente sigue trabajando. Y a veces, el leer evitas que esa mente siga trabajando y te concentras solo en lo que estás leyendo.
¿Por tu carrera de Derecho has asesorado a las internas?
No, no me arriesgo porque no tengo las herramientas de afuera, no quiero crearles falsas ilusiones y no me puede arriesgar. Pero sí recomiendo lecturas. Lo primero que hago es que si veo que no están acostumbradas a leer, les pregunto qué películas les gustan o relatos pequeños para que entren en el gusto de la lectura.
ANABELLE: LA CARTONERA
Anabelle Chugnas, de 56 años, es una lectora de novelas y libros de misterios. Su abuela le contaba ese tipo de historias y luego ella les había transmitido lo mismo a sus hijos. El viejo hábito no lo perdió cuando entró a la cárcel, y es por eso que 15 días después de su llegada a Santa Mónica, preguntó si había una biblioteca.
Volver a leer pero esta vez en la oscuridad de una celda, le hizo recordar los cuentos de su abuela, y un día se animó a participar con cuatro cuentos suyos en el proyecto penitenciario del libro cartonero.
“Escribí unos cuentos para el libro de cartón. Eran los cuentos que me contaba mi abuela. Siento que cuando escribo, me transporto al momento en que se dieron esas cosas”, dice Anabelle mientras coge el libro de cartón al que llamaron “La noche abre en secretos sus flores”.
Y es que ella, acusada de un delito contra el patrimonio, se siente en la oscuridad y solo cuando lee imagina estar libre. “Leer es estar dentro de la historia”, asegura.
EL ARTE DE LA GUERRA Y EL TERREMOTO
Vivir el terremoto del 15 de agosto del 2007 en la cárcel removió las entrañas de Elcie. Tenía 5 meses en el penal, y desde que llegó sufría de insomnio. Así había estado desde el primer día, la mañana en que las puertas enrejadas se cerraron a su espalda. En su primer día cárcel hizo una llamada desde un teléfono del penal. Luego buscando un poco de paz, entró a la biblioteca y al azar cogió un libro de poemas.
“Cuando leí sentí nostalgia. Me llevó curiosamente a mi colegio en 3° de secundaria cuando estaba mi profesor de literatura, que fue quien incentivó la lectura”.
Elcie Palomino no frecuentaba la biblioteca pero pidió prestado un ejemplar de El arte de la Guerra, que sería su libro de cabecera. “Ese libro me ayudó a vivir, a estar preparada para cualquier cambio que venga”, enfatiza.
Doce años después, Elcie recuerda el terremoto del 2007 como un hecho al cual sobrevivió. De hecho, escribió sobre esa experiencia en tres páginas durante un reciente taller de relatos que les ofrecieron en el penal.
“Cuando leo lo primero que siento es que no estoy aquí. Mi cuerpo está aquí pero mi mente no. Me transporto a otros lugares. Cuando escribes es un sabor más rico”, dice luego de participar del taller de microrelatos a cargo de una cronista.
LEER PARA LOS HIJOS QUE NO ESTÁN
La mayoría de internas en Santa Mónica son madres. De las pocas reclusas lectoras que hay casi todas se acuerdan de sus hijos cuando leen. “La primera vez que entré a la biblioteca cogí un libro para niños.
Sentí una gran pena porque antes no les contaba cuentos a mis hijos. Leer es olvidarme que estoy encerrada”, dice Katherine Amado (29) que lamenta no haber disfrutado lecturas con sus hijos cuando estos eran pequeños.
Encarnación Hidalgo, de 27 años, también recuerda a su hijo. Ha escrito microrelatos sobre él en su diario personal y también sobre las noches de sexo con su expareja en la playa de La Punta.
“Extraño mis noches de luna en el mar, el recordar me hace sentir como en un sueño donde el canto de los gallos me despiertan. Aquí he sentido enamorarme de otras maneras”.
Encarnación está tres años en prisión. Durante este tiempo de angustia, su lectura de los libros de Roberto Saviano sobre las mafias italianas le ha abierto los ojos sobre el delito que ella cometió: tráfico ilícito de drogas.
Al menos eso dice cuando se da cuenta que los capos del narcotráfico solo la usaron. “Siento que estoy aprendiendo y que ingresan vitaminas a mi cerebro. Y también me siento menos sola cuando leo. Me gusta cuando hay silencio en la biblioteca”.
Un día cualquiera se puede encontrar entre 6 a 8 internas leyendo en la biblioteca, mientras el resto, la inmensa mayoría de más de 700 reclusas, sigue la rutina en sus talleres de trabajo.
Cuando el pitazo de las 5 de la tarde da la orden de volver a los pabellones, las únicas lectoras cierran los libros y entonces esa sensación de libertad se pierde bajo el rumor de las páginas. Volverán a sentirse libres al día siguiente, allí en la biblioteca de la cárcel.
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