Mónica Cabrejos sobre los hombres mirones: Su deseo los domina y esclaviza
Los hombres fisgones siempre van a existir. ¿Qué tienen que hacer las mujeres para cambiarles de parecer?
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Los hombres no pueden evitar ese impulso dominante que los obliga a devorar con los ojos la exuberancia femenina. Su deseo los domina, posee y esclaviza.
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Los hace perder la perspectiva del lugar donde están y con quién están; no reparan en las consecuencias de lo que podría ocasionar con una “simple miradita”.
No hay nada de malo en echar un vistazo, dicen en su defensa –“los ojos se han hecho para ver y para comer”–. Miran mujeres voluptuosas y llamativas. Traseros falsos o verdaderos. Pechos naturales y no tan naturales; muslos y caderas con o sin celulitis. Mujeres bonitas y poco agraciadas, ellos siempre están mirando algo de nosotras.
¿Cuál es el problema con eso?
No existiría problema alguno si ellos no miraran justo cuando van acompañados de sus parejas, pues esta acción generalmente ocasiona peleas, fricciones, rupturas y hasta irremediables divorcios.
Si hay algo que realmente incomoda a una mujer es que “su hombre” (o acompañante) –justamente cuando está con ella– se deje llevar por su “ojo fisgón” cuando aparece en su panorama visual una damisela bien proporcionada. Nuestro caballero se convierte en caballo, se suelta la rienda, se quita las anteojeras y se deleita la vista frente a nosotras quienes nos sentimos invisibles ante la novedad.
Batallar con un mirón compulsivo es difícil para cualquier mujer, aún las más experimentadas sucumbimos ante su mala costumbre. No logramos entender por qué miran a otras, lo cierto es que todos los hombres miran a otras mujeres así sea un monumento quien los acompañe. Presidentes, futbolistas, actores, médicos, arquitectos, choferes; todos sin excepción se fijan en las partes claves de la feminidad.
Las mujeres también miramos y nos deleitamos con los varones bien proporcionados. No estamos exoneradas del placer visual, pero por respeto a nuestros hombres lo hacemos con disimulo y discreción. Esa es la gran diferencia entre ellos y nosotras: el respeto por quien nos acompaña. No evidenciamos sentirnos admiradas por un guapo, no mostramos el deseo de ser poseídas por un cuerpo estético, no afirmamos sus defectos ni desventajas físicas frente a un “Míster Universo”, simplemente callamos por amor.
Estimada lectora, si tienes un hombre mirón al lado es tiempo de darle “trabajo en casa”. Si a él le gusta mirar, pues muéstrale “toda tu mercadería”. Si él quería mirar, pues que te vea en todo tu esplendor; dentro y fuera de la habitación. Sin miedos y sin pudores, dale quehacer a esos ojos.
En el amor y en la guerra todo vale. Para qué ponerte celosa si te puedes poner más bonita.
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