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HOY

Bien de salud: Una reflexión sobre la resurrección

La resurrección que logró Cristo, al vencer definitivamente la muerte, es como un fuego que corre por la sangre de la humanidad, un fuego que nada ni nadie puede apagar.

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“La resurrección de Jesús de entre los muertos muestra de una manera definitiva que Dios planeó algo más grande de lo que habíamos imaginado o creído posible”, indicó Pérez Albela.

La resurrección de Cristo abre el camino de esperanza, salvación y perdón a todos. Pablo dice que “aunque tenía la forma de Dios, Jesús no consideró la igualdad con Dios como algo para vanagloriarse”.

Por el contrario, se despojó de sí mismo y tomó la forma de esclavo, aceptando incluso la muerte, la muerte en una cruz. En una palabra, Jesús bajó todo el camino, viajando hacia el dolor, la desesperación e incluso el abandono de Dios. Él fue tan lejos como puedes alejarte del Padre. ¿Por qué? Para llegar a todos los que se han apartado de Dios. 

La resurrección de Jesús de entre los muertos muestra de una manera definitiva que Dios planeó algo más grande de lo que habíamos imaginado o creído posible. Por tanto, no tenemos que vivir como si la muerte fuera una condena o con ella se acaba todo. 

Después de haber encontrado a Cristo resucitado, Pablo incluso pudo burlarse de la muerte: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” Lo que Pablo quería decir es que la muerte, lo mismo que un escorpión privado de su aguijón venenoso, no puede dañar a los que están en Cristo. 

A la luz de la resurrección, podemos de hecho, comenzar a ver este mundo como un lugar de gestación, crecimiento y maduración hacia algo más elevado, más permanente, más espléndido.

¡Gracias a la resurrección, sabemos que esas deficiencias de la vida terrenal son solamente temporarias! Y nos da un poderoso incentivo para guardar los mandamientos de Dios durante nuestra vida. 

La resurrección que logró Cristo, al vencer definitivamente la muerte, es como un fuego que corre por la sangre de la humanidad, un fuego que nada ni nadie puede apagar. Nada ni nadie, salvo nuestro propio egoísmo, nuestras rivalidades, los celos o el desamor. 

Así que el Domingo de Resurrección, dejémonos asombrar y maravillar, que nos ponga emocionados, nos cambie, nos prenda un fuego interior.