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HOY

Elegido a la moneda

Cuando la mancha decide vestirse de corto para jugarnos una pichanguita, el tío Guaracha lleva la moneda para lanzarla al aire y así, quien gana, arranca eligiendo a la gente. “Yo, al Colorao”, digo si me toca empezar. “Al chato Nino”, responderá el Gordo Cajero, con quien la pegamos de capitanes.

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Cuando la mancha decide vestirse de corto para jugarnos una pichanguita, el tío Guaracha lleva la moneda para lanzarla al aire y así, quien gana, arranca eligiendo a la gente. “Yo, al Colorao”, digo si me toca empezar. “Al chato Nino”, responderá el Gordo Cajero, con quien la pegamos de capitanes.

También usamos la moneda cuando discutimos por el lado de la cancha. Es que hay un arco al que los reflectores alumbran menos y como el Ñaño, que suele cuadrarse bajo los tres palos, es medio cegatón, prefiere iniciar donde está mejor iluminado. “Hasta que mis ojitos se acostumbren a la noche”, nos dice.

Además, la lanzamos cuando se forman tres equipos y hay un empate en un partido. El que gana sigue en cancha. Alquilamos dos horas y campeona quien hace más puntos.

Lo cierto es que lanzar la moneda al aire, verla caer, seguirla mientras rueda en el suelo y acercarnos con curiosidad para saber si fue cara o sello, es magia pura. Es un momento de emoción que a todos nos hace sentir nuevamente chiquillos, como si reviviéramos la sensación de estar en el colegio jugando salón contra salón en el recreo.

No nos gusta regir. Eso es para las niñas. Y además, te pone tenso. El azar se le confía a la moneda, así nadie se siente mal por elegir mal tijera, piedra o papel. Porque, en todo caso, siempre hemos sabido que el fútbol se trata de solo un juego. Nada serio, así a veces nos entre la piconería y corra la guadaña. 

Recuerdo esto a propósito de lo que ha pasado en el distrito de Pillpinto, en Cusco, donde se ha elegido al alcalde lanzando la moneda al aire. Me parece increíble. 

No estaban vestidos para una pichanga sino bien al terno. Wilbert Medina y José Cornejo habían conseguido 236 votos cada uno el 5 de octubre. ¿Por qué nuestras autoridades no tienen otra manera más moderna para definir al burgomaestre? 

No puede ser que solo para la presidencia y los gobiernos regionales haya segunda vuelta cuando ningún candidato alcanza el porcentaje requerido por ley.

Para las alcaldías debería ser así cuando dos candidatos terminen empatados. Es lo más justo. Y lo más serio políticamente hablando. No habrían tantas segundas vueltas porque estos son casos muy raros de darse.

Ya serían muy piñas que otra vez igualen en votos. Otra idea más, por sorteo se podría tomar un número de actas y quien vaya ganando en estas, sería el elegido. Hay tantas maneras y se sigue prefiriendo la moneda. 

Wilbert Medina fue el que sonrió al verla en el suelo. Ya puede sentirse el capitán de su equipo. Mejor dicho, el alcalde de su pueblo.

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