
Hoy estamos en la cuna de la civilización más antigua de América: Caral. Este milenario asentamiento peruano, ubicado entre el desierto y el mar, no solo fue pionero en arquitectura sagrada, sino también en la creación de un sistema alimentario sostenible, sabio y profundamente respetuoso con la naturaleza. Mucho antes que otras civilizaciones descubrieran técnicas agrícolas avanzadas, Caral ya combinaba el aprovechamiento de los frutos marinos con cultivos de la tierra para alimentar a su población.

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Mientras otras sociedades dependían casi exclusivamente de la caza, los habitantes de Caral domesticaron su entorno árido mediante canales de riego y técnicas agrícolas adaptadas al clima. “Se trata de una cultura que no agotaba recursos, sino que los renovaba y los compartía con un sentido ritual”, explica la Mg. Katherine Cántaro, nutricionista de Portal Salud en Casa. Su dieta, rica en anchoveta, frejoles, lúcumas, pacaes y ajíes, era tan equilibrada que evitó la malnutrición por generaciones.
Uno de los pilares de esta alimentación fue la anchoveta, una joya nutricional que hoy es más exportada que consumida por los peruanos. Con 25 gramos de proteína por cada 100 gramos y altos niveles de omega-3, la anchoveta fue clave para la salud cardiovascular y cerebral de los antiguos peruanos. También es rica en minerales como fósforo, magnesio y potasio, así como en vitaminas B12, B6 y E, esenciales para el metabolismo y el sistema inmunológico.
Para los caralinos, comer era un acto sagrado. “Han aparecido fogones ceremoniales con ofrendas de pescado y sapos, símbolos de fertilidad”, detalla Cántaro. Alimentarse era una forma de honrar al mar, a la tierra y a las fuerzas naturales que los sostenían. Por su parte, la nutricionista Susan Boza destaca que esta civilización aplicó principios que hoy la FAO considera clave: diversidad agrícola, conservación de alimentos, y gestión del agua.
Entre sus cultivos destacan las legumbres como pallares y pajuro, junto a raíces como la achira y el camote. En proteínas animales, no solo consumían anchoveta, sino también sardinas, machas y choros, que conservaban mediante técnicas como el secado y la salazón. Estos métodos les permitieron almacenar alimentos y comerciar con otras regiones, promoviendo la seguridad alimentaria sin necesidad de sobreexplotar los recursos.

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La interacción entre costa, sierra y selva permitió a Caral integrar recursos de diversos ecosistemas. Su puerto en Áspero fue clave para el abastecimiento de productos marinos. “La anchoveta no solo fue alimento, fue símbolo de abundancia”, señala Boza. Esta visión integral es un modelo de resiliencia que debería inspirar nuestras políticas alimentarias actuales.
Arturo Alfaro Medina, presidente de la ONG VIDA, advirtió que hoy el mar peruano sufre por la contaminación, el desmonte y la sobrepesca. “Los caralinos veneraban el océano. Nosotros lo estamos matando”, afirma. Alfaro hace un llamado urgente a proteger este ecosistema vital. “Si no cuidamos nuestras especies marinas, no solo perderemos biodiversidad, sino también nuestra historia y futuro alimentario”, concluye.
Periodista especializado en temas policiales y políticos. Graduado de la Universinad Nacional Federico Villarreal. Redactor y coordinador en El Popular. Interesado en temas policiales, política y actualidad.