Hace unos días, en un programa de televisión, vi quebrarse a Carlos Zambrano. Se presentó para ayudar a cumplir el sueño de un niño muy humilde de Ventanilla.
“Disculpa que derrame unas lágrimas”, le dijo al conductor. “Pero al ver la historia de este niño, me hizo recordar la mía”, precisó.
Y aunque intentó controlar sus emociones, la voz se le volvió temblorosa. Zambrano, el duro, el de la pierna en alto, el que se acelera y pecha al mundo entero sin medir las consecuencias, lloraba recordando su niñez en el barrio, cuando dormía abrazado a una pelota y le prometía a su mamá que algún día llegaría a la selección.
“Yo sé lo que es sufrir, tal vez si no hubiese luchado por mis sueños, para hacerme desde abajo, no fuera lo que soy. Discúlpenme otra vez por esa tarjeta roja”, dijo. Y uno vio a otra persona. Quizás al verdadero Zambrano. Ese que en cada pierna fuerte que pone en la cancha, siente que derrumba a la pobreza.
Su mamá, al lado, lloraba con él. “Mi hijo se fue adolescente a Alemania. Cuando viajé a verlo, vivía solo en un departamento que le habían acondicionado en el estadio. Le dije que me regresaba con él a Lima, pero me respondió que no. Mamá yo he venido a triunfar y no regresaré al Perú con las manos vacías. Esto va a cambiar”, le prometió. Y así fue.
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El niño que soñaba con algún día ser futbolista como él recibió apoyo. Una beca en una Academia y muchas cosas más. Pero quizás el regalo más grande fue la camiseta de su ídolo.
Y el “León” recibió el aplauso de todos. “Yo no lloro por nada. No soy de expresar mis sentimientos”, aclaró el zaguero. “Pero esto me ha conmovido. Sé que soy ejemplo de muchos niños y soy consciente de que ya no me puedo equivocar”, dijo. Ojalá.
No, no lo estoy disculpando. Si él entiende que hasta los más grandes jugadores, genios o científicos buscan ayuda profesional, se haría un favor así mismo, a su familia y al Perú entero que confía en su calidad. Y en su garra.
Traigo al recuerdo este episodio de Zambrano, porque la alegría de la Copa América aún está ahí, fresca en la memoria. Y la decepción por el positivo de Mauricio Fiol, mucho más. Uno, el de la selección de fútbol, pareció entender en ese set que no puede transcurrir en su carrera entristeciendo a los niños que sueñan ser como él.
El otro, un muchachito que tal vez escuchó malos consejos, que quizás se dejó llevar por alguien de su entorno que pretendió ganarle al tiempo, también deberá reflexionar para retomar su carrera. Aunque, lamentablemente, su sanción será mayor a la que acarrea una tarjeta roja. Salga adelante, Fiol.
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