
Por: Lucho Camino
Un taxista sin historias es como un futbolista sin pelota. Lo bonito de este oficio es que no solo nos pasa de todo al volante, también nuestros amigos viven sus propias peripecias. Como la que le sucedió al chato Nino, el mécanico del barrio. Casi muere por tener la lengua más rápida que el pensamiento.
“Yo no soy chismoso, me preocupo por la gente”, suele decir para limpiarse. Pero este mecánico es más tirador que el “Metiche”.
Un día tuve que esconderlo en mi maletera. “Luchito, tú eres mi hermano, te juro que te arreglo el bólido gratis”. No le entendí bien en ese momento, pero lo vi tan pálido por el susto que lo metí a mi maletera.
No pasaron más de diez segundos y apareció un tipo, corriendo y sudoroso, con una pistola en la mano. Tenía pinta de militar y cara de malo. “¿Han visto a ese payaso de Nino? Díganle que lo voy a matar”, vociferó.
Hice como si no lo hubiese oído y le di otro sorbo a mi gaseosa. El sujeto se marchó hablando lisuras en voz alta. Estaba enojado, pero el chato la había librado. Eso era lo que valía.
Minutos después, hecho un manojo de nervios, Nino me contó que el sujeto había llegado a la mecánica para que le revisen el sistema eléctrico del auto.
En eso estaba, cuando encontró una foto de una chica bonita entre los asientos. “Seguro que es su trampita”, le dijo y el tipo no le respondió. “A ver, para mirarla bien”, le pidió al grandazo.
“Aaah, esta es la chata Carola, yo la conozco, es bien bandida. Su marido se la pasa viajando y aquí en el barrio mi pata el ‘Colorao’ es su bravo”, dijo.
“Yo mismo se la arranché en una pollada. Es que, aquí, la ley es que la firme se defiende y la trampa se comparte”, le contaba orgulloso sin darse cuenta que el tipo había cambiado de colores.
De pronto, el tipo lo agarró del cuello y lo tiró fuera del carro. El chato cayó y lo vio sacar un arma de la guantera. “Yo te mato por bocón, esa es mi esposa y no se llama Carola”, oyó que le gritaba.
El chato partió a la carrera. Suerte que su mecánica queda cerca de la esquina y, al voltear, me encontró con un grupo conversando frente a la tienda de la rica Vicky. Nos mataríamos de la risa después recordando su experiencia.
“La verídica, causita, que se parecía a la Carola. Franco, franco, me queda la duda”, me dijo luego, más tranquilo. Sea o no, eso le pasa por lengua larga.
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