Su creación fue obra de una negra esclava llamada Josefa Marmanillo, conocida como Doña Pepa, quien en la época de la Colonia y aquejada por una parálisis en los brazos, le pidió al Señor de los Milagros por su salud.
En el primer día de procesión, recuperó el uso de sus brazos y manos de manera milagrosa.
En agredecimiento al Cristo de Pachacamilla decidió crear el turrón.
Esa misma noche, soñó la receta y al día siguiente lo preparó y lo repartió como ofrenda entre los feligreses.
En tiempos coloniales, la única forma de alumbrarse en la oscuridad era con fuego.
Durante las procesiones, los feligreses acostumbraban llevar cirios labrados artísticamente, de mayor tamaño que los de uso cotidiano para demostrar así su devoción.
Esta costumbre se difundió aún más con la procesión del Señor de los Milagros.
Los devotos, después de acompañar al Cristo con ornamentados cirios encendidos, los dejaban como ofrenda en el templo de Las Nazarenas.
Actualmente, los cirios labrados que se ofrendan son colocados en las andas del Señor de los Milagros y, miden por lo general, unos 65 centímetros de altura y son elaborados por artesanos especializados en fabricación de velas.
Además de las guirnaldas, cadenetas de color blanco y morado y la tradicional lluvia de pétalos y ofrecimiento de arreglos florales, destaca la gran variedad de alfombras florales multicolores que marcan el camino de la sagrada imagen del Señor de los Milagros durante la procesión.
Muchas de estas alfombras son elaboradas por Clubes de Madres y Comedores Populares de Lima y Callao. Esta tradición es realizada a nivel nacional.
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