Uno de los experiencias más desagradables que vivió el ex Beatle, Paul McCartney, fue lo que pasó en Japón, cuando fue detenido varios días en el país del sol naciente donde fue a tocar con su banda.
Esto ocurrió en 1980 cuando regresó después de 15 años a cantar en Tokio con su banda Wings, luego de casi 15 años de impaciente espera, los ciudadanos iban a poder ver en vivo a uno de los mayores exponentes del pop mundial. Sin embargo, la gira no llegó a concretarse porque fue detenido y encarcelado por las autoridades niponas.
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Los promotores de conciertos japoneses querían llevar a Paul a su país en 1975, pero la condena que recibió en 1973 por haber cultivado marihuana en su granja de Escocia se los impidió. Fue sentenciado a pagar una multa, pero Japón prohibía la entrada por siete años a todo aquel que tuviera antecedentes penales. Tras meses de negociaciones con las autoridades, la productora Udo Music logró que se le diera la visa al músico antes de que se cumpliera ese plazo para que Wings, ya en su sexta formación, hiciera una pequeña gira de dos semanas por ese país. Como condición, debía firmar una declaración jurada afirmando que ya no consumía cannabis.
El proyecto post Beatles de McCartney era muy exitoso en Japón. Las cien mil entradas que se habían puesto a la venta para los once conciertos programados –algunos de ellos en el Nippon Budokan- se agotaron rápidamente.
A todos los miembros de la comitiva de Wings se les advirtió que serían revisados minuciosamente al llegar al aeropuerto, por lo que debían abstenerse de llevar consigo cualquier sustancia considerada ilegal. Para sorpresa de todos, solo el equipaje del ex Beatle, que llegaba de Nueva York, fue inspeccionado con más meticulosidad.
No fue necesario someterlo a un examen riguroso, sino que bastó con mover algunas prendas para que los agentes encontraran una bolsa de plástico con marihuana y un poco más en un neceser. “Cuando el tipo la sacó de la maleta, parecía más avergonzado que yo”, recordaría Paul más tarde. “No traté de esconderla. Venía de los Estados Unidos y todavía tenía esa actitud norteamericana de que la marihuana no es tan mala. No me di cuenta de lo estrictos que eran los japoneses”.
Él dijo que la marihuana era para consumo personal y que se la habían dado unos amigos, pero para las fuerzas de seguridad la cantidad de 218 gramos que llevaba consigo era suficiente como para acusarlo de contrabando o, peor aún, de tráfico de drogas.
Poco importó que la gira de Wings fuera un acontecimiento nacional y mucho menos su fama. Paul McCartney había cometido un delito y debía ser sometido a un proceso penal. Como en Japón no existía la libertad bajo fianza, mientras se llevaba a cabo la investigación debía permanecer detenido.
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Fue llevado a una celda que solo tenía una esterilla en donde dormir. Estaba totalmente aislado y no se le permitió el contacto con su esposa Linda ni con sus hijos. Atormentado por un fuerte dolor de cabeza, la primera noche que pasó en la cárcel fue una pesadilla. Fue una pesadilla para el ídolo inglés, tenía miedo que alguien lo ataque de noche o abuse de él.
En la prisión permaneció confinado en una celda de poco más de tres por cuatro metros. Estaba solo y se le prohibió leer y escribir. En vez de darle el clásico uniforme de presidiario, lo dejaron con el mismo traje que tenía puesto cuando aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Narita. Recién a los tres días en cautiverio descubrió que podía pedir un cambio de ropa.
Paul MacCartney estuvo encarcelado nueve días por llevar más de 200 gramos de marihuana en su maleta.
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