“El sexo forma parte de la naturaleza. Y yo me llevo de maravilla con la naturaleza”, dijo alguna vez la bella Marilyn Monroe aludiendo tácitamente a que disfrutaba tanto del sexo como del medio ambiente, reconociéndose con la irreverencia que la caracterizaba, como amante del amor al aire libre. ¿Y quién no?
LEA MÁS: Terremoto en Ecuador: ropa para damnificados terminó regada en un basurero
Nadie puede resistirse a la idea de amar teniendo como visión la inmensidad del océano como perspectiva durante el clímax, para luego recuperar la sensibilidad cutánea con la temperatura del agua que en ningún momento nos dejó de acariciar durante el acto.
Nadie podría guardar escepticismo al disfrutar del placer y en simultáneo de la belleza de un paisaje natural, pues no hacerlo es una aberración a nuestra propia esencia humana. Salir de la rutina sexual para poder sentir una nueva forma de placer aumenta la libido, la emoción y provee de una intensa pasión al encuentro carnal.
Alguna vez he estado tan cercana al cielo que sentí su fuerza azotando mi propia piel. Era mi último día de vacaciones en el pueblo de Sauce -en la selva del departamento de San Martín- y mi anfitrión me llevó en una moto acuática a pasear por la famosa Laguna Azul.
Nos detuvimos en la orilla más lejana y solitaria -para besarnos- motivados por los 38 grados de temperatura del mediodía selvático. Sentía que la madre naturaleza bendecía nuestra unión, tan íntima y pura como nuestros instintos.
Mientras nos consagrábamos a la satisfacción, se desató una tormenta sobre nosotros. Al abrir mis ojos, la primera impresión fue de temor ante tanta belleza. El cielo se había oscurecido, llovía con tal furia que parecía que la laguna estaba hirviendo.
El vapor que emanaba el agua caliente de la laguna -al recibir el impacto de las ráfagas frías de lluvia- casi no nos permitía vernos el uno al otro, nosotros también emanábamos vapor de nuestros cuerpos calientes en contacto con el agua que caía del cielo. En pocos minutos empezamos a sentir frío y tuvimos que sumergimos en la laguna.
Durante los eternos minutos que nos protegimos de la lluvia dentro del agua, observé algo maravilloso: el poder de la naturaleza. Entre el susto y el placer que me invadía pensaba en la crueldad humana.
Estamos destruyendo nuestro propio hábitat, devastando las últimas áreas vírgenes del planeta, extinguiendo plantas y animales. Las generaciones futuras no tendrán el placer de vivir en contacto con la naturaleza, quizás tampoco sobreviva nuestra especie como tal, porque al destruir nuestro medio ambiente nos vamos destruyendo a nosotros mismos.
Revisa todas las noticias escritas por el staff de redactores de El Popular.