Alex Valenzuela
Fotos: Vanessa Dávila.
CUSCO. Estamos en camino, entre los espejismos. Orientándose por el sonido de los cascabeles que lleva su guía, Peter Louis Quaiattini (52) recorre jadeante el Camino Inca.
Es un canadiense invidente pero sus bastones le indican dónde pisar durante la larga travesía, en medio de montañas verdes. Trepando hacia las alturas de la montaña Machu Picchu, otra pareja se sobrecoge al ver el imponente apu. En la cumbre flamea inalcanzable la bandera del Cusco.
¿Cuánto falta para llegar a la cima?, preguntaron al inicio. “Veinte minutos, nomás”, les bromeó el guardaparque David Villafuerte para darles ánimo. No iban a ser 20 minutos, por supuesto, sino 2 horas y 50 minutos de intensa caminata entre rocas, malezas y subiendo unos 1.600 peldaños de piedra. En varios trechos resbaladizos asoman los precipicios, pero es aventura total para los que aman la naturaleza.
LA RUTA ECOLÓGICA
En la ruta hacia el apu Machu Picchu la peregrinación es mística y ecológica. El silencio de los bosques húmedos y la soledad cusqueña se respira en cada trecho. Tres miradores son paradas obligatorias a lo largo de la subida. Los visitantes trepan sudando, con sed. “¡Vamos!, falta poco. ¡Sí se puede!”, se les escucha decir, alentándose a pesar de que nadie se conoce.
La ruta es vida pura. Está poblada por unas 423 especies de orquídeas, según especialistas del Servicio Nacional de Áreas Protegidas (SERNANP). “Las orquídeas son las lágrimas de una princesa que lloraba por el amor de un inca”, dice la guardaparque Ruth Loayza, recordando el Waqanki, la vieja leyenda inca.
LOS 20 OSOS ANDINOS
Un regalo de la Pachamama fue que nos hizo avistar un oso de anteojos. “En todo el santuario hay unos 20 osos andinos. El cambio climático no les ha afectado mucho. Donde hay un oso, es indicador de que el ecosistema aún se está conservando bien”, explica el biólogo del SERNANP, Roberto Quispe.
LA PURIFICACIÓN
“Pégate a la montaña y no camines de a dos”, aconseja el guardaparque David por el sendero serpenteante rumbo a Wiñay Wayna (Eternamente joven), un lugar arqueológico en la ruta del Camino Inca.
El camino es exclusivamente silvestre. Las andenerías, las portadas y los ventanales aceleran los latidos del corazón. “Han llegado al lugar de la purificación”, nos dice Macario Zunigal Turpa, un ex agricultor que habla de orquídeas e insectos como si fuera un apasionado biólogo. Macario es vigilante de la Estación Biológica de Wiñay Wayna y cuida el único museo recóndito donde estudian la biodiversidad del santuario. “Llegar aquí es sacar tu pasaporte a la felicidad”, nos manifiesta.
SE VIENE EL NIÑO
En el santuario hay más de 360 especies de mariposas y 443 clases de aves. El cambio climático está perjudicando el ecosistema. “Está afectando a las plantas. La vegetación está migrando a lugares más altos”, explica el biólogo. El Niño también causaría un impacto. “Los primeros afectados serán los roedores, lagartijas y anfibios porque migrarán con los deslizamientos que causarán las lluvias”, refiere el biólogo.
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