Por: Alex Valenzuela
Fotos: Marco Cotrina
Enviados especiales a Tacna
De espaldas al desierto, Emilio Balderón, un viejo pescador de 70 años, arrastra sus penas hacia el muelle Miguel Grau. “Perdimos, no ganamos nada. Chile se quedó con la zona más rica en anchoveta”, se queja Emilio, curtido capitán de “La Noelí”, una de las pocas embarcaciones que permanecen en la zona.
Apoyado sobre un bastón, la invalidez no le impide seguir pescando en altamar. Pero su reclamo se lo lleva el viento porque Morro Sama, el pueblito donde vive, está cubierto por el polvo del olvido.
LA FURIA DEL OLVIDO
Aquí no hay agua potable, tampoco tuberías de de-sagüe. Las necesidades se hacen en un silo. La posta médica es una edificación abandonada a medio construir. Los médicos jamás se asoman por aquí.
El único colegio de primaria apenas cuenta con nueve alumnos. Los demás hijos de pescadores escaparon a Ilo y Tacna para estudiar. Son las 10:00 de la mañana del 28 de enero, un día después del fallo de La Haya. El puerto de Morro Sama, el principal muelle de pesca artesanal de Tacna, está desolado. No hay motivo para celebrar.
“Chile tendrá la zona donde está la biomasa de anchoveta. Y Perú se quedó con una zona donde no hay ni m…”, se enfurece Emilio mientras camina cojeando hacia el muelle.
No hay agua que aplaque su ira bajo 28 grados de temperatura. “Trabajo 30 años en la mar. Ya pe’ sobrino, nadie me va a engañar. Ahora seguiremos pescando como siempre”, añade molesto este lobo de mar.
A TRES HORAS DE CHILE
Los pescadores artesanales de este puerto solo tienen 40 millas para hacer sus faenas. Avanzar más en altamar significa invadir mar chileno, el cual está a solo tres horas partiendo del muelle. Se sienten como vivir en una casa y no tener un patio para descansar porque le pertenece al vecino.
“Respetamos el fallo pero no le favorece en nada a Tacna. Quedará en lo mismo. Pero lo que más nos preocupa es que nos falta agua potable. El agua que compramos nos cuesta siete soles el cilindro de 50 galones que son 250 litros. Cada familia gasta 120 soles al mes comprando agua y eso si es que llega el proveedor”, dice Wilfredo Villalba (38), gobernador de Morro Sama. “¡Pagamos el agua más cara del país!”, interviene Jorge Vílchez (50) cansado de las promesas incumplidas
EL PELIGRO QUE ACECHA
¿Morro Sama parece un puerto fantasma?
—Sí, estamos totalmente olvidados. Parece que los tacneños no quieren a su tierra porque aquí también se puede promover el turismo.
Sin ocultar su cólera y frustración, Manuel Patiño Flores (69) responde así mientras prepara las redes de pesca en su taller al costado de la carretera Panamericana.
“Hace poco una mujer embarazada perdió su wawita por falta de atención médica. Otra gestante también tuvo complicaciones porque no había aquí posta médica. Han muerto niños e incluso adultos”, recuerda don Manuel, advirtiendo los riesgos que puede correr cualquiera de los 500 habitantes del balneario, entre ellos 80 niños.
“Cuando un niño enferma se le lleva a la posta de salud de Ilo sino puede sufrir más”, afirma Wilfredo.
DESOLACIÓN QUE ASOMA
David Patiño (33) lleva el mar en la sangre. Se dedica a la pesca desde los 17 años siguiendo los pasos de su papá don Manuel Patiño.
Desde que el fallo de La Haya estuvo en boca de todos, David suele interrumpir sus faenas para recibir a la prensa que lo busca con el fin de recoger sus reclamos. Es el presidente de la Asociación de Pescadores Artesanales del lugar, pero sabe que en pocos días, su voz se extinguirá otra vez en el olvido.
“Socialmente nos sentimos olvidados. No tenemos agua para desarrollar una industria responsable.Teníamos esperanza de que el fallo nos iba a permitir navegar 200 millas adentro. Pero ahora más embarcaciones tendrán que emigrar a Ilo para realizar sus faenas en mayores espacios marítimos. En parte, este muelle estará más desolado”, asegura.
Actualmente, están en temporada de perico, un pescado que pesa hasta 10 kilos. David y su grupo pueden faenar dos meses al año, después el perico va en busca de aguas más cálidas. Por eso el resto del año lo dedican al marisco de playa y los pulpos. Otros como Lorenzo Calderón (58) agarran sus maletas y se van a Puno o Arequipa en busca de un mejor trabajo.
En el puerto la desolación asoma como la sombra de un fantasma.
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