Sana Ibrahim de 61 años es una esforzada abuela que perdió a sus cuatro hijos secuestrados por yihadistas o murieron en los combates para expulsarlos de Mosul, y su casa fue destruida. Un año después de la liberación de la ciudad iraquí, Sana Ibrahim está a cargo de 22 nietos.
Hay que cambiar y vestir a los más pequeños, encontrar algo con lo que ocupar a los más grandes y, sobre todo, encontrar los medios para alimentar a toda la familia: en total de 32 personas, de entre dos y 71 años.
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Durante los tres años de reinado del grupo yihadista Estado Islámico (EI) en la ciudad del norte iraquí, entre 2014 y 2017, sus hijos Fares y Ghazuan, y su yerno Massud, fueron secuestrados por los yihadistas.
"Probablemente los mataron", afirma a la AFP, porque eran miembros de las fuerzas de seguridad consideradas como "apóstatas" por el grupo ultrarradical.
Después, cuando las tropas iraquíes lanzaron el asalto sobre Mosul, las balas de francotiradores mataron a su hijo Yussef, de 20 años, y su hija Nur, de 18, cuando intentaban huir de la ciudad vieja, en el oeste de la ciudad, donde la familia vivió siempre.
El resultado: 22 niños de entre dos y 17 años quedaron a cargo de esta abuela, que ya se ocupaba de su marido, afectado por la enfermedad de Alzheimer.
Además, la pareja y el resto de la familia se quedaron en la calle, ya que la ciudad vieja es un inmenso amasijo de ruinas.
Tuvo que encontrar rápidamente un nuevo techo en la parte este de la ciudad, menos devastada. Ahora alquila una casa de 150 metros cuadrados por 500.000 dinares (unos 370 euros), un dinero que le cuesta mucho reunir cada mes, pues además los demás miembros de la familia se encuentran desempleados.
"Vivimos gracias a las donaciones de almas caritativas en Mosul. Sin ellas, ya habríamos muerto de hambre y enfermedades", asegura.
De hecho, durante la visita de la AFP, apareció una de estas almas. De manera anónima, deja bolsas de ropa y de comida a Sana Ibrahim antes de desaparecer rápidamente.
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Esta buena samaritana dice que simplemente dedica una parte de su salario de funcionaria, así como el de su hijo, para ayudar cada mes a familias desfavorecidas. Y no es la única, asegura Sana.
"No quiero que vayan a mendigar a las calles como muchos otros huérfanos", insiste la abuela.
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