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Estela Paredes Medina: “Queremos un país más sano”

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Tres décadas atrás, Estela Paredes y su enamorado Fernando Zevallos decidieron llevar su circo por todo el país y así forjar mejores peruanos.

Antonio OrjedaFotos: LDCSu papá tenía un negocio en Arequipa. Si bien su mamá lo ayudaba, a la par puso una peluquería, puso dos, puso tres. “Puedes ayudar a tu marido, pero siempre vas a ser una mejor persona –para él– si tienes tu propio dinero”, le solía decir. Y Estela Paredes terminó siendo clave para la realización del emprendimiento de su pareja. Ella y Fernando Zevallos dieron vida a La Tarumba. Juntos se rieron del hambre y del miedo. Juntos crearon el mejor circo del Perú.–La Tarumba ha cumplido 30 años. ¿Qué queda del romanticismo con el que inició?–Todo. 

–Hoy pueden invertir 200 mil dólares en la realización de un espectáculo...–Aun así seguimos trabajando con una estructura bien comunitaria, tal como en un inicio. Ese sentido de familia, de mantener ‘el duende’ del artista de ese momento, lo mantenemos. Luchamos para que así sea.

–Siendo el mundo real tan agresivo, ¿cómo entenderlo?–Si La Tarumba es lo que es, es por esta esencia, por haber mantenido esta capacidad de soñar y de sintonizar con todos los que se van sumando. A eso nosotros llamamos ‘el duende’. Acá no trabajamos solo por un sueldo o por realizar nuestras expresiones artísticas, sino por un ideal que tiene que ver con el país. Tal como cuando lo hacíamos en la calle.

–Lanzarse a esta aventura no fue sencillo. Usted ya era mamá. Su decisión, incluso, provocó que su papá le deje de hablar un año...–No fue sencillo. Y no ha dejado de serlo.

–Para colmo, llevaban sus obras a los conos, cuando estos no eran lo prósperos que son ahora...–Todo era tierra, no había condiciones para nada. Muchas veces la movilidad llegaba hasta cierto punto, y de ahí teníamos que caminar para llegar a las invasiones.

–¿En algún momento se pierde el miedo a arriesgar?–Para hacer circo, lo primero que tienes que ejercer es la capacidad para perder el miedo: miedo a trepar una soga, a volar en un trapecio, a caminar en una cuerda de equilibrio a ocho metros de altura… Miedo a entrar en escena.

–Miedo al qué dirán...–¡Exactamente! Perder el miedo al ridículo… Comprendimos que perder el miedo era conquistar la libertad. ¡Y todo el tiempo luchamos por ser libres! Y cuando hablo de libertad me refiero al hecho de poder ser uno mismo.

–Empezaron en el 84: el terrorismo era fuerte en el interior, el país padecía la hiperinflación, y la cosa todavía se iba a poner peor. Pese a todo, salieron adelante...–Esa realidad nos estaba diciendo que había que perder el miedo. Entonces el miedo te paralizaba, porque era concreto, porque estaba materializado.

–Precisamente, debido al miedo, el turismo interno era mínimo. Pese a ello, ustedes igual recorrieron el Perú llevando su propuesta. Eso no gustó ni a los terroristas ni a los uniformados...–Claro, porque planteábamos un tipo de subversión distinta. Nuestra subversión era: ¡vamos a rescatar la belleza, la alegría, la felicidad! porque eso no había, pues cada día morían más personas. Por eso había que llevarles entretenimiento. En ese momento, la representación teatral que hacían nuestros colegas, era oscura, como esa realidad. Te hablaba de violencia, muerte, sangre. ¡Basta! Si la vivíamos todos los días, si estábamos en peligro de muerte todo el tiempo, ¿cómo contrarrestarlo? Con la vida misma, porque el país también tenía cosas bellas, y había que hablar de ellas. ¡Y nosotros lo hicimos!

–En 1990, La Tarumba llegó y gustó en el extranjero. En Argentina les plantearon quedarse, radicar allá y desarrollar su propuesta. Aquí todo iba mal. Pese a ello, rechazaron la oferta...–Nosotros teníamos que volver.

–Dos años después, en Alemania les propusieron lo mismo y otra vez dijeron que no...–Y pensamos: “Si estos alemanes –que lo tienen todo– nos están pidiendo que nos quedemos, pucha, ¡es que tenemos la cajita de Pandora! O sea, que sí vamos a ser un buen aporte para el Perú”. Porque fue eso lo que siempre nos movió: hacer un teatro para niños que deje de tomar al niño como un ser subnormal o inferior. Queríamos desarrollar toda su capacidad sensitiva y de razonamiento, y para eso iniciamos toda una investigación para identificar cuáles eran esos lenguajes a los que debíamos apelar; y esos fueron: el circo, el teatro y la música. Y nuestra propuesta, además, tenía que ser peruana, porque lo que queríamos desarrollar en el niño era su capacidad de pertenencia, que es tan importante.

–La Tarumba solo podía existir en el Perú...–Porque nuestra fuente de creación para seguir construyendo esta propuesta, además, era el Perú.

–Corrían el riesgo de fallar, de quedarse sin tener para comer...–Muchas veces no hemos tenido para comer.

–¿En esos momentos no sintieron que se equivocaron?Nos reíamos. “Ya vendrá”, decíamos; y venía.

–Quiso ser bailarina y su papá le pagó una escuela en EEUU. Regresó dos años después, se casó, fue madre, se separó. Fue ejecutiva en una aerolínea. Económicamente tenía una vida tranquila. Como artista, ¿no se llegó a arrepentir cuando vivió esos duros momentos?–No, porque cuando empecé con La Tarumba, cuando armamos el proyecto, viajamos por el Perú para poder respirarlo; y para mí, descubrir el Perú fue como descubrir –a la vez–el paraíso y el infierno. Dos polos habitando en un mismo lugar. Había que potenciar lo positivo para que neutralice lo otro. El Perú era un país desperdiciado.

–Esto, además, es fruto del amor. Usted y Fernando Zevallos se enamoraron en el proceso de armar La Tarumba...–Enamorados construimos esto. Enamorados de la misma idea.

“CUANDO EL SUEÑO ES VERDADERO, NO PUEDES ABANDONARLOS JAMÁS”

–¿Qué le aconseja a quienes están por rendirse porque sus proyectos, pese a su valía y al esfuerzo desplegado, parecen no funcionar?–Cuando el sueño es verdadero, el sueño camina. Si en ese momento las condiciones no se dan, puedes postergarlo, pero abandonarlo, ¡jamás! Hay que tener una actitud flexible ¡y muchísimo humor! Hay que reírse de cada conflicto. Eso te hará ver las cosas de manera más optimista; y el optimismo te va a traer a la gente adecuada y a las oportunidades. El mayor problema de la gente es que no sabe identificar las oportunidades. El traspié, el obstáculo, lo que en realidad te están diciendo es: “Aquí tienes una oportunidad”… Tienes que aprender a escuchar lo que te están queriendo decir.

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