
Antonio Orjeda
Fotos: Giancarlo Shibayama
Andahuaylas está entre Renovación y Mendocita, en La Victoria. Ese fue el barrio de Meche Correa. También vivió en la fábrica donde entonces trabajaba su papá. Su madre vendía Hilos Tren. En las vacaciones la llevaba a la planta por si había un cachuelo. Hoy viste a las mujeres del mundo con recreaciones de un arte que por siglos los peruanos más bien despreciamos.
–¿Qué es usted: empresaria o artista?
–Sé que como empresaria no lo hago mal, pero ante todo yo soy artista.
–En los ochenta tuvo una tienda en el Centro Comercial Camino Real, le iba bien. ¿Cómo entender sus actuales avatares como empresaria?
–Soy muy exigente. Me siento empresaria, pero no he llegado a tener un gran éxito económico. En cambio, como marca, como Meche Correa, soy incluso más reconocida de lo que yo misma creía.
–¿Cómo explica su talento?
–Hay algo que debo aclarar: yo nací y fui criada en Lima. ¿De dónde me nace esta cosa que siento, esta conexión con nuestra cultura andina, con toda nuestra cultura? Recién de grande, porque como éramos una familia pobre, nuestro presupuesto nunca alcanzó para salir, viajar, conocer. Yo tendría 20 años cuando la señora Violeta Klausen (de Hilos Tren) –que siempre me daba cachuelitos–, me pidió que vaya a Huancayo a decorar la tienda que allá tenían. Fui por tres días. Mi primer viaje al interior.
–Hasta los 20 años nunca antes había salido de Lima...
–En casa había otros gastos… Llegué a Huancayo una tarde, y esa tarde fue clave para el comienzo de este amor apasionado. Era una tarde de lluvia torrencial. ¡En mi vida había visto una lluvia como esa! Yo estaba alojada en el Hotel de Turistas y me indicaron cómo llegar a la dirección que buscaba, pero que espere a que pare la lluvia. No esperé. ¡Yo me quería comer la lluvia! Además, el color del cielo era raro. Era un color que ¡nunca había visto! Estaba impactada. Yo era la paisanita limeña, impactada por la naturaleza serrana; y crucé la calle. Llegué empapada. Habrán pensado que estaba loca, pero yo estaba encantada con el Perú que estaba empezando a conocer… Y al día siguiente, feria dominical. Eso fue un shock. Nunca antes había visto juntos todos esos colores, esa artesanía. ¡Fue tal la sensación!
–Por eso dice que Meche Correa no existiría si no existiese el Perú...
–Es mi motor.
MI ÉXITO ES SER DIFERENTE
–No estudió diseño, recién a los 20 conoció la sierra, su arte. ¿Cuál es el secreto de su éxito?
–Ser diferente.
–¿Cómo dejó atrás su vida económicamente ajustada?
–Mi esposo y yo hemos sido trabajadores al 100%. Hiran es el típico negociante que arriesga para alcanzar sus metas. No duda. Yo tengo problemas con eso, soy más conservadora.
–Él es un artista con la madera...
–Hacía reproducciones de muebles coloniales serranos imperfectos. Unas hermosuras.
–En los ochenta, a causa del terrorismo cayó el turismo…
–Y nos fuimos abajo. Cerramos la tienda de artesanías porque no se vendía nada. ¡Cero!
–Cerró e incursionó en el negocio de las uñas acrílicas. Fue la pionera...
–Sí. Yo hacía zapatos, carteras… Convertí mi casa en un taller. También hacía tejidos. ¡Me iba muy bien! Pero la cerré a causa de una decepción personal. La tuve cerrada cuatro años, ¡en pleno boom de Camino Real!
Tiempo después, de manera casual, conocí al dueño de la marca OPI y terminé teniendo la distribución exclusiva de sus esmaltes y uñas acrílicas; y los traje al Perú. Así fue durante seis años.
En paralelo, me hacía mis cosas; y todo el mundo me decía: “¡Qué bonita tu chompa!”, y yo me la había diseñado; “¡qué bonita tu cartera!”, y yo me la había hecho; “¿y por qué no me vendes?”. Eso era una constante. Todo el mundo me pedía. Así fue que llegó el momento en que decidí dejar el negocio de las uñas.
–Pero si a uno le va económicamente bien ¡sigue adelante!
–Hay muchas formas de riqueza. Yo creo en la riqueza interior, en el estar feliz contigo mismo respecto a lo que haces. Eso es lo más importante.
TODO ES POSIBLE
–Diciéndolo usted, que sí tuvo carencias económicas, uno puede creer que pensar así no es absurdo...
–Todo es posible, y más en el caso de las personas que hacen lo que quieren, porque le ponen más pasión, más ganas.
–¿Creyó que llegaría hasta donde ha llegado con sus diseños?
–No. Yo no me tracé esto como meta. Mi decisión fue hacer lo que es mi vocación. Mi pasión por crear es muy real, la tengo desde que tengo uso de razón. Yo le dije a Hiran: “Yo no sé si me va a ir bien o me va a ir mal, pero es lo que yo quiero hacer”. Y él aceptó. Vendimos lo otro y me dediqué a esto al 100%.
–Todo empezó con los bolsos que diseñó a partir de las llicllas con que las mamachas llevan a sus hijos...
–Todo viene de lo que Huancayo me regaló cuando llegué a la sierra por primera vez. En esa feria me compré mi primer poncho, mi primer chullo, y los he lucido orgullosísima por el mundo. Jamás sentí la vergüenza que otros podían sentir. El peruano ha estado acostumbrado a despreciar lo suyo.
–¿Cuál es su sueño?
–Solo pensar en diseñar. No tener que preocuparme de otra cosa. Tener mi laboratorio. Un lugar muy amplio, con todos mis estantes, con todas las cosas que me inspiran, en el que pueda estar diseñando todo el día.
–¿Cuánto falta para comenzar a hacerlo realidad?
–Estoy a un pasito. Económicamente no ha sido fácil, porque la pérdida ha sido grande cuando el negocio de Hiran se cayó. Cuando ocurrió, yo me caí un poco con él. Pero no hay mal que por bien no venga, porque ahora él es parte de lo mío y eso está dando origen a que nos fortalezcamos de tal manera que yo ya veo que pronto voy a tener ese espacio que tanto estoy deseando.
CORTAR Y COSER DESDE LOS NUEVE
–Su madre, cansada de que pusiese mala cara cada vez que le compraba una prenda, le dio la plata y la dejó irse de compras... –Tendría entre 9 y 10 años. El sentido estético lo tenía tan incorporado que me era muy difícil conformarme. En esa época vivíamos en la fábrica donde mi papá trabajaba, en la Av. Colonial. Entonces no había peligro, y con mi hermana menor fui a jirón de la Unión. Regresé con telas. ¿Cómo explicas que una niña se haya cosido la ropa? En mi casa, mi mamá tenía su máquina de coser; y vivíamos con mi tía abuela, que siempre cosía. Ella me hacía vestiditos –solo a mí– y juntas nos íbamos a misa. Entonces, para mí era normal tomar unas telas, cortarlas y coserlas a máquina. Por eso me atreví y me cosí yo misma mi ropa.
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