Los trolls ya no son esas pequeñas y simpáticas criaturas con pelos multicolores a quienes veíamos por la tele vivir empeñadas en hacer travesuras inofensivas; caso contrario, los trolls virtuales son criaturas anónimas que tienen como consigna ridiculizar e importunar a quien goce de cierta notoriedad en las redes sociales.
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Un troll es quien escribe mensajes punzantes, vehementes y controversiales con el fin de crear polémica y ganar notoriedad dentro de una comunidad virtual. Estas “criaturas virtuales” viven y se alimentan de sus ganas de molestar, son expertos en joder (literalmente) la existencia. Se quejan, corrigen, discuten, hacen prevalecer su argumento y, cuando ya no pueden sostenerse, empiezan a insultar. Son aquellas amistades que comentan sus fotos con mala leche, son los malos de la película, los villanos del time line.
¿Pero qué motiva a una persona a gastar momentos de su día en provocar a otros? Pues el sencillo placer de llamar la atención, botar su envidia y picar una respuesta, lo cual los satisface emocionalmente. Los trolls tienen un falso ego intelectual pues se consideran superiores e intentan reafirmar su autoestima ridiculizando públicamente a gente con notoriedad.
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En algún momento de nuestra vida nos ha tocado enfrentarnos con un vecino del barrio, un compañero de clase o de trabajo inconforme con su existencia, lo cual lo ha motivado a fijar su atención en nosotros por el simple hecho de representarle todo lo que desea ser. Hablan mal, inventan historias, nos insultan y son presos de su propia envidia; son exactamente iguales a los virtuales, con la única diferencia de que a los reales se les puede enfrentar cara a cara.
La mejor manera de matar a un troll es ignorándolo, pues limitas su reacción. Con la indiferencia le haces saber que eres superior pues no te has dejado arrastrar a su retorcido juego. Una sonrisa irónica es el mejor antídoto para un perverso troll (de la vida real o virtual).
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